Por qué algunas personas son
incapaces de decir lo siento
Hay quien ve
todo un reto en pedir perdón incluso sabiendo que se ha equivocado. ¿Por qué?
Si aceptamos
el hecho de que nadie es perfecto, debemos aceptar también que en el día a día
a nadie la faltan motivos para disculparse. Ya sea por tomar las decisiones
incorrectas, por incapacidad o por actuar mal, es muy frecuente que aquello que
hacemos cause malestar en alguien más, o tenga la capacidad de perjudicarle.
Normalmente,
todo se soluciona pidiendo perdón, y la mayoría de las veces todo se resuelve
de esta manera tan simple. Sin embargo, hay una pequeña porción de la humanidad
que aparentemente desconoce esa posibilidad. Ciertas personas son
totalmente incapaces de decir “lo siento”. ¿Por qué ocurre esto?
La
incapacidad de pedir perdón cuando toca
El lenguaje
es algo maravilloso: gracias a él, conflictos que podrían llegar a enquistarse
y causar malestar y peleas durante años se resuelven con un breve intercambio
de frases. Esto ocurre porque mediante las palabras reducimos el margen de
incertidumbre acerca de lo que piensa la otra persona, algo muy importante en
la gestión de esta clase de problemas.
El hecho de
decir “lo siento” por ejemplo, supone dar un gran paso: alguien reconoce que ha
actuado mal, en detrimento del bienestar de otra persona (o de un grupo), con
lo cual se abre la posibilidad a compensar de alguna manera. Independientemente
de si se aprovecha esa oportunidad para ser compensado, se ha hecho un mínimo
de justicia.
Sin
embargo, para que cada vez que alguien hace algo mal y es consciente de
ello pidiese disculpas, debería cumplirse una condición que casi nunca se
da: que prime la racionalidad sobre los sentimientos. A la práctica, hay
personas que, incluso sabiendo que deberían pedir perdón, son incapaces de
hacerlo… sin que ellas mismas sepan por qué.
Así pues…
¿por qué hay personas a las que les cuesta tanto reconocer ante los demás que
se han equivocado, que lo sienten, cuando saben que es así y se sienten mal por
ello? Ay diferentes motivos, pero todos ellos están relacionados, y tienen
que ver con una mala gestión de la autoimagen.
La
necesidad de preservar la autoestima
Todas las
personas estructuran su propia identidad a partir de una serie de ideas y
creencias acerca de uno mismo. A este conjunto de descripciones del “yo” se le
llama autoconcepto, o autoimagen. Esta autoimagen permite no ir a ciegas a la
hora de relacionarnos con los demás y con el entorno que no rodea, teniendo una
cierta idea de cuáles son nuestras características, debilidades y fortalezas.
Sin
embargo, la autoimagen no es un conjunto de informaciones recopiladas
fría y objetivamente. Al contrario. Como aquello de lo que se habla en la
autoimagen es uno mismo, todas esas creencias tienen un impacto emocional
evidente sobre la persona.
Así, todo
aquello que indique debilidad, incapacidad o poca fiabilidad a la hora de tomar
decisiones, tiene un impacto en la autoestima, que es la vertiente valorativa
de la autoimagen, aquello que habla sobre el valor de uno mismo en comparación
a unos estándares que nos fijamos (y que pueden ser más o menos
acertados). Hay muchas situaciones que pueden comprometer la autoestima,
y muchas veces, el hecho de pedir perdón es una de ellas.
Un
autoconcepto delicado
Hay quien
tiene una autoimagen tan delicada que el simple hecho de reconocer un error
puede hacer que su autoestima se tambalee, por insignificante que haya sido el
error que se reconoce. En cierto modo, si una parte de nosotros sabe que nos
hemos equivocado y hemos actuado de un modo inapropiado, la autoimagen puede
permanecer protegida siempre que no reconozcamos el error en voz alta. Podemos
jugar a disfrazar el error de otra cosa, atribuirle la culpa a otra persona o,
simplemente, no ponerle nombre a ese sitil sentimiento de culpa que sentimos.
Pero si
pedimos perdón, todos esos pensamientos y sentimientos originados por el error
cometido quedan automáticamente etiquetados como lo que son: nuestra
responsabilidad. Y, en cuestión de un segundo, tenemos que lidiar con el hecho
de que nuestro autoconcepto no puede seguir existiendo tal y como lo hacía.
Si el error
por el que pedimos perdón es pequeño, esto puede significar que somos capaces
de cometer pequeñas equivocaciones a las que no damos importancia y por las que
no nos disculpamos. Si es un error grave, puede significar un cambio radical en
el modo en el que nos vemos. Por supuesto, la mayoría no tenemos demasiadas
dificultades a la hora de darnos cuenta que pedir perdón es algo que habla bien
de nosotros y que, en parte, hace que la equivocación quede atenuada.
Pero hay quien no puede permitirse poner en el punto de mira su
autoconcepto, exponerlo al más mínimo rasguño.
Humillación
o disonancia cognitiva
Está claro
que hay quien no pide perdón simplemente porque no piensa en el bienestar de
los demás o porque considera que, desde una lógica instrumental, decir “lo
siento” no le reporta ningún beneficio: pensemos, por ejemplo, en alguien con
cierta tendencia a la psicopatía que al bajar del autobús empuja a alguien a
quien no volverá a ver.
Sin
embargo, entre quienes no son capaces de disculparse a pesar de
sentirse mal por ello, lo más común es que se dé una de dos opciones: o
asocian la disculpa a la humillación, con lo cual su autoestima no podría
soportar hacer algo así pero tampoco tienen manera de expresar su
arrepentimiento, o tienen un cierto delirio de grandeza.
En este
último caso, reconocer el error entra tan en conflicto con su autoimagen que
pedir perdón implicaría replantearse desde cero muchos de los aspectos sobre su
propia vida y sobre las relaciones con los demás: se trata de un fenómeno
conocido como disonancia cognitiva.
En cualquier
caso, queda claro que saber pedir perdón de manera honesta es una carta que
juegan las personas con una alta Inteligencia Emocional. No hay que hacerlo si no se tiene
motivos para ello, pero cuando se sabe que es lo correcto, expresarlo se vuelve
una simple cuestión de saber gestionar bien los propios sentimientos (y saber
comunicar esa habilidad a los demás).