viernes, julio 27, 2018

La infidelidad: el segundo problema más importante en las relaciones de pareja


La infidelidad: el segundo problema más importante en las relaciones de pareja




Pese a que el proceso es lento y difícil, el 50% de las parejas consigue superar una infidelidad.

La fidelidad es una de las bases sobre las que se construye la inmensa mayoría de los matrimonios y parejas estables, por lo que no es de extrañar que uno de los motivos principales por los que las parejas demandan ayuda psicológica sea la superación de una infidelidad. En diversas encuestas nacionales el 61.7% de los hombres y el 43.4% de las mujeres afirmaron haber protagonizado alguna infidelidad a lo largo de su vida, llegando a ser el segundo problema más importante en una pareja después del abuso físico.

Pero, ¿qué se considera infidelidad?, ¿es necesario el contacto sexual o basta con que se produzca una unión emocional?, ¿los contactos puntuales suponen falta de fidelidad?… Son muchas las preguntas que se generan en torno al tema y también muchas las parejas que acuden a terapia en busca de la respuesta definitiva que solucione todas sus dudas.

¿Por qué es tan difícil distinguir entre lo que es y lo que no es una infidelidad?
En la práctica es muy difícil definir qué comportamientos suponen una infidelidad, ya que los límites admisibles se establecen de forma implícita dentro de cada pareja de acuerdo a las ideas de cada miembro, a sus experiencias anteriores, a las costumbres de la familia de origen y al contexto social en el que vive. Por tanto, es muy normal que lo que se considera infidelidad en una pareja no lo sea en otra y viceversa.
Al mismo tiempo, hombres y mujeres desarrollan ideas diferentes sobre la infidelidad: mientras que muchas mujeres tienden a asociar cualquier intimidad –ya sea o no sexual- con infidelidad, los hombres son más propensos a negarla, a menos que haya habido relaciones sexuales recurrentes.

A esta variabilidad de definición hay que unir las nuevas tecnologías, elemento que incrementa más aún la ambigüedad del concepto y hace más difícil para la pareja la superación del conflicto. Y es que la mejora de los medios de comunicación ha provocado que actualmente sea más accesible y fácil la infidelidad, basta un móvil o un ordenador para establecer fuertes relaciones emocionales o de contenido sexual con alguien ajeno a la relación, sin que sea necesario invertir un tiempo excesivo que haga sospechar a la pareja.

Entonces, ¿cómo definimos el concepto de infidelidad?
Dejando a un lado todas estas dificultades y en un intento de acotar una posible definición, podemos entender por infidelidad toda aquella situación en la cual una persona, con una relación de pareja estable, está implicada en un contacto intenso con alguien que no es su compañero habitual. En este contacto pueden darse o no relaciones sexuales, lo que nos permite distinguir entre una forma de infidelidad centrada en la relación sexual y otra en la que ésta no es más que un aspecto secundario al vínculo afectivo.

En el primer caso, la insatisfacción sexual en la pareja es el motor para el establecimiento de nuevas relaciones, mientras que en el segundo se trata de una insatisfacción más global y compleja la que impulsa a transgredir los pactos de fidelidad.



Más infidelidades, pero por las mismas razones


La frecuencia real de relaciones extramatrimoniales es cada día más elevada, incrementándose sobre todo entre la población femenina. Este cambio comportamental se relaciona principalmente con la disponibilidad de anticonceptivos eficaces, con el cambio de rol social de la mujer y con su integración en el mundo laboral, que ha provocado que las mujeres tengan más contacto con personas ajenas a su vida en pareja y que haya disminuido su miedo a un posible embarazo no deseado.

Por otra parte, es necesario mencionar que ambos sexos exponen las mismas razones, año tras año, para iniciar y mantener una relación de estas características. Hombres y mujeres infieles hablan de la vivencia de una relación de pareja penosa, monótona y vacía y de una falta de respuesta positiva ante sus demandas sexuales y emocionales. Estas afirmaciones muestran que una infidelidad en muchos casos indica la necesidad de “algo más” o “algo diferente” en su interacción y en su vida de pareja que, en muchas ocasiones, les impulsa a buscar aquello que sienten que les falta.

¿Se puede superar una infidelidad?
Tras conocer todos estos datos muchas parejas se preguntarán si es posible recomponer la relación tras una infidelidad, a lo que las estadísticas responden que sólo el 50% de las veces se consigue superar el problema. Esta probabilidad de supervivencia aumenta si quien ha sido infiel es el hombre y si la infidelidad sólo ha sido de índole sexual.


Por lo tanto, a la hora de plantearse una posible reconciliación tras una infidelidad es necesario valorar los pros y contras de la relación y tener en cuenta que no todas las parejas infieles se separan. En muchos casos no sólo es posible la reconciliación sino que la misma infidelidad hace que la pareja se plantee sus problemas, los supere y continúe su relación con una intimidad reforzada. Eso si, nunca hay que olvidar que el proceso de reconciliación es lento y difícil, y que debe pasar inevitablemente por pedir perdón y perdonar de forma sincera, para lo que en muchas ocasiones es necesaria la intervención terapéutica como guía y apoyo a la pareja.

por Lorena Pérez




martes, julio 24, 2018

Cómo mejorar la educación emocional de los niños


Cómo mejorar la educación emocional de los niños, en 15 claves
La infancia es una etapa en la que también aprendemos a gestionar las emociones.




La inteligencia emocional es una gran olvidada en nuestro sistema educativo. Pero, como padres, tampoco estamos prestando una atención adecuada al correcto desarrollo del aspecto emocional de nuestros hijos.

Para poder empezar con bien pie en esta empresa de ayudarles a descubrir y potenciar sus emociones, me he permitido redactar esta guía práctica.

1. Una obligación compartida
Los padres, los maestros, los que son ambas cosas a la vez, y todos los adultos sin excepción somos responsables de que los niños reciban la educación emocional que merecen, para que puedan adquirir una buena inteligencia emocional y una personalidad equilibrada. Pero, como es lógico, el adulto que esté imbuido de conceptos erróneos sobre este tema, no va a poder proporcionar la educación adecuada y puede –involuntariamente— aportar una influencia negativa al buen fin que pretendía.

2. No existen emociones negativas
De entrada, es fundamental tener claro que es incorrecta la discriminación entre emociones negativas y emociones positivas. Todas las emociones tienen una utilidad para la supervivencia individual del niño. Lo que tenemos que enseñarle al niño es que, frente a una emoción, hay reacciones positivas y conductas concretas que son negativas para la sociedad y le pueden acarrear problemas.


3. Madurez emocional por etapas
Otro concepto fundamental es que la madurez emocional del niño crece en etapas sucesivas, desde el nacimiento hasta la mayoría de edad emocional, a medida que va haciéndose dueño de sus funciones cerebrales. El tratamiento de sus emociones debe estar adecuado, pues, a cada etapa de su evolución o corremos el riesgo de perjudicarle sin querer o –como mínimo—desperdiciar esfuerzos inadecuados.

Hasta los seis meses el niño sólo obedece a estímulos sensoriales y motrices (de base instintiva) y no tiene conciencia de sus emociones. A partir de esta edad puede empezar a diferenciar sus emociones básicas con la ayuda de los adultos. Hasta los tres años aproximadamente no está en condiciones de cambiar su conducta de manera estable basándose en las emociones (capacidad intuitiva). Y hasta que no entra en la etapa operativa, aproximadamente a los seis años, no puede aplicar “el uso de razón” a sus conductas y aprender a trabajar en equipo. A partir de esta edad aprende a identificar y nombrar las emociones básicas que experimenta y puede reflexionar sobre ellas y someterlas a autocontrol. Pero el buen manejo de las emociones derivadas y de los sentimientos no estará en condiciones de conseguirlo hasta los diez u once años. Y la madurez de saber prever las consecuencias de sus acciones y la capacidad de planificación con visión de futuro, no suele llegar antes de los dieciséis años: la mayoría de edad emocional.


4. Con el amor no basta
Un error muy frecuente es pensar que si les damos a los niños amor y protección, el resultado de su inteligencia emocional será necesariamente bueno. El amor y la protección son, por supuesto, imprescindibles. Pero no bastan. Deben venir acompañados de una educación emocional equilibrada. Si los padres sobreprotegen por exceso de permisividad, o son autoritarios y demasiado severos o son descontrolados e imprevisibles, los daños emocionales pueden afectar gravemente la personalidad del futuro adulto, a pesar del amor recibido.

5. ¿Cómo saber si un niño tiene problemas emocionales?
Diagnosticar que un niño está teniendo problemas en su educación emocional es muy fácil. Un niño sano es inquieto, impaciente, ruidoso, espontáneo, juguetón, curioso, creativo, social, confiado con sus compañeros y con los adultos… Cualquier carencia de alguna de estas características habrá que analizarla porque puede constituir una alerta de posibles problemas emocionales. Tendremos que detectar en qué emociones básicas se siente desbordado el niño y ofrecerle el soporte oportuno.



6. Cómo tratar sus miedos
Empecemos por el miedo. Un niño tiene muchísimas causas de posibles miedos: a quedarse solo, a que lo abandonen, a ser una molestia, a que lo rechacen, a no poder alimentarse, a la oscuridad, al frío, al calor, a las inclemencias de la naturaleza, a ponerse enfermo, a los desconocidos, a las personas autoritarias u hostiles, a tener la culpa de que papá y mamá discutan… La solución pasa por darle con rotundidad la seguridad que necesita.

La seguridad física contra enfermedades, hambre y toda clase de peligros físicos. Y la seguridad afectiva. Es conveniente que los padres le repitan todas las veces que sean necesarias que lo querían antes de nacer, que lo quieren tal como es y que lo querrán siempre. Si el niño se porta mal, le diremos no nos gusta lo que hace, pero que a él se le quiere sin ninguna clase de dudas o reparos. Como dice la extraordinaria psicopedagoga Rebeca Wild: “Si el niño se siente bien, no se porta mal”.

7. Cómo tratar sus rabietas
Sigamos con la ira. Un niño inmerso en una rabieta puede desplegar una energía espectacular. Las causas de la rabieta también pueden ser múltiples: le han dado una negativa a un deseo o a un capricho, le han quitado un juguete, le han regañado “injustamente”, no le hacen caso o no le escuchan, le han pegado o humillado y no ha podido defenderse… El soporte que aquí necesita el niño es la comprensión.

Mostrarle sin ambages que entendemos la causa de su rabieta pero que debe aprender a controlarlo; enseñarle a ser menos egoísta y a saber compartir sus pertenencias; que debemos acostumbrarnos a soportar algunas frustraciones en la vida; que hay que buscar nuevas motivaciones y nuevas expectativas y no rendirse; que hay que defenderse de las injusticias con calma y serenidad; que hay que evitar los peligros de manera preventiva…


8. Cómo tratar sus tristezas
Otra emoción básica es la tristeza. Por haber perdido un juguete, un objeto preferido, una mascota o una persona querida; por no poder estar con los amigos; por no tener lo mismo que tienen los niños que le rodean; por haber perdido padre y madre… El soporte adecuado es el consuelo. Mostrarle empatía por su pérdida, nuestro acompañamiento en su dolor, ofrecerle ayuda para sobrellevar su pérdida, apoyarle con distracciones tales como juegos y nuevas motivaciones.

9. El poder de los juegos
El juego es una actividad instintiva en el niño y, por consiguiente, debe ser la distracción favorita frente a malas tendencias del niño. Todos los pedagogos y psicólogos están de acuerdo en los beneficios físicos, fisiológicos, emocionales, sociales y cognitivos de los juegos en equipo.


10. Cómo tratar su vergüenza
Una de las emociones de posibles consecuencias más nefastas es la vergüenza. Vergüenza por ser demasiado grande o demasiado pequeño; por ser gordo o flaco; por ser diferente; por tener problemas físicos o discapacidades; por no entender de qué hablan; por no saberse expresar; por haber hecho algo malo; por haber sufrido abusos físicos o sexuales… La mejor ayuda para superar la vergüenza es fomentar su autoestima.

Repetirle las veces que haga falta que cada persona es única y vale tanto como el que más. Enseñarle a mejorar sus problemas o defectos sin estresarle. Ayudarle a reconocer sus errores y superarlos. Enseñarle a socializar y tener amigos que le correspondan. Ganar su confianza para que nos haga partícipe de posibles abusos físicos o sexuales.

11. La pérdida de la autoestima
Hay que evitar por todos los medios que el niño caiga en pérdida de autoestima. Porque ello comporta que el niño interiorice que es un inútil y no sirve para nada; que no merece que le quieran; que es natural que lo ignoren o desprecien; que es lógico que se burlen de él y le humillen.

Como consecuencia de falta de autoestima en la etapa infantil y adolescente, en la edad adulta tendremos personas con trastornos conductuales. Si ha habido reacción de tipo pasivo, el adulto mostrará graves dependencias afectivas; miedo a sostener relaciones íntimas; miedo a hablar en público y hacerse notar; una inseguridad patológica; un complejo de inferioridad. Si ha habido reacción de tipo agresivo, el adulto presentará fuertes tendencias a la tiranía, al despotismo, a la crueldad, al narcisismo egocéntrico, a una coraza exagerada de falsa seguridad.

12. Recomendaciones básicas
Vale la pena prestar atención a una serie de recomendaciones:

Debe prestarse atención a la edad del niño y no plantearle situaciones para las que carezca de la madurez emocional necesaria.
Hay que procurar ponerse en la piel del niño y entender sus razones y motivaciones. Preguntarle y escucharlo.
No sirve de nada intentar que el niño razone cuando está inmerso en un secuestro emocional, debemos esperar a que se tranquilice.
No debemos recriminarle jamás porque haya experimentado una emoción, tan solo hacerle notar las conductas negativas que le haya suscitado y ofrecerle las posibles conductas positivas.
Conviene evitar discursos abstractos; hay que usar frases cortas orientadas a la acción. Sin aplicar adjetivos denigrantes, humillantes u ofensivos a su conducta.
Predicar con el ejemplo. No tener inconveniente en mostrar las emociones propias, dejando en evidencia cómo están bajo control.
Hay que reconocer los errores propios y evidenciar qué se está haciendo para repararlos.
Entre adultos, se debe evitar mantener conversaciones de temas inapropiados para niños delante de ellos.
No mentirles nunca, bajo ningún pretexto. Ahorrarles la parte de los hechos que no están capacitados para entender, pero no alterar la verdad con falsedades.
No permitir bajo ningún concepto que el niño se burle, humille, falte al respeto o trate mal a ninguna persona o animal.
No aplicarle jamás ningún tipo de violencia (ni física ni verbal) ni ningún chantaje emocional.
No querer comprar su afecto o indulgencia con nuestras flaquezas mediante cosas materiales.
Hay que afrontar la necesidad de poner límites y entrenar al niño a sobrellevar frustraciones por motivos sociales o económicos.
Por higiene mental, debemos evitar que el niño caiga en la adicción a juegos solitarios de Tablet o PlayStation.
Hay que administrar correctamente la motivación con premios y la inhibición con castigos.
Tanto los premios como los castigos tienen que ser proporcionales, justos y coherentes. Deben ser excepcionales pero estables. Los premios deben ser asequibles, los castigos evitables.
Los premios tienen que celebrar el triunfo de un esfuerzo previo. Los castigos tienen que comportar una molestia real o un esfuerzo.
Es imprescindible advertir antes de castigar y explicar los porqués de los castigos..
Debemos incentivar su curiosidad y fomentar su creatividad. No bloquear su iniciativa con recetas predeterminadas de cómo hay que hacer las cosas.
Debemos estar receptivos a las cosas de la vida que podemos aprender observando y dialogando con los niños.
Demostrarles siempre que se les quiere de manera permanente e indestructible.



13. Heridas emocionales
Está demostrado que los cuidadores que aplican castigos severos con frialdad y autoritarismo, sin afecto hacia los niños, pueden provocar trastornos de personalidad en los futuros adultos: fanatismos por el orden, comportamientos obsesivos compulsivos, inseguridades patológicas, perfeccionismos enfermizos.

Como nos avisa la escritora canadiense Lise Bourbeau, las cinco grandes heridas emocionales que suelen dejar huella en el futuro del niño son: el rechazo, el abandono, la humillación, la traición y la injusticia. La principal motivación de unos padres para procurar evitar a sus hijos estas cinco heridas emocionales por todos los medios, puede ser el recuerdo de haberlas sufrido ellos en su infancia.

14. Contra el sentimiento de abandono
El niño puede suportar largas ausencias de sus progenitores si tiene evidencias irrefutables de que le quieren y las persones que lo cuidan le avivan frecuentemente el recuerdo y la esperanza del reencuentro. La seguridad emocional es más una cuestión de intensidad que de frecuencia.

15. Todos hemos sido niños
Para facilitar la comprensión de las emociones y conductas del niño, conviene recordar que también fuimos niños y que aquel niño que fuimos pervive en nuestro interior. Debemos recuperarlo para que seamos buenos amigos de nuestros niños. Con amor, equilibrio, protección, comprensión, confianza, consuelo, sistemas de premios y castigos adecuado y —sobre todo— cultivando su autoestima, lograremos que nuestros hijos, nuestros nietos, los niños todos de nuestra sociedad consigan la inteligencia emocional que se merecen.

Referencias bibliográficas:
Borbeau, Lise. Las cinco heridas que impiden ser uno mismo. OB Stare, 2003.
Lòpez Cassà, E. Educación emocional. Programa para 3-6 años. Wolfers Kluwer, 2003.
Renom, A. Educación emocional. Programa para educación primaria (6 – 12 años). Wolfers Kluwer, 2003.
Wild, Rebeca. Libertad y límites. Amor y respeto. Herder, 2012.











jueves, julio 19, 2018

CARACTERÍSTICAS DE LA ADOLESCENCIA


CARACTERÍSTICAS DE LA ADOLESCENCIA

Pilar Sordo M.

Hoy en día los adolescentes, tienen características propias de su ciclo de vida como son la búsqueda de la identidad y de su propio proyecto de vida.
Sin embargo, los adolescentes de esta generación tienen características que les son propias ya que están inmersos en una sociedad que les ha dado todo hecho, que les ha enseñado que el concepto de reparación no existe, donde todo se bota y se desecha. Yo le he llamado generación ON-OFF, ya que todo lo “encienden” y lo apagan, y por lo tanto tienen relaciones intensas pero
cortas. Están gobernados por la "lata" desde que despiertan hasta que se acuestan y se aburren rápidamente con todo.

Tienen serios problemas con el concepto de entretención donde todo es con rapidez y donde el alcohol y las drogas son un vehículo de escape, y lo entretenido es poder "borrarse por un rato".
Un aspecto importante de esta generación es su temor para enfrentar la vida, no quieren crecer, ya que esto significa parecerse a nosotros, los adultos, y ellos nos ven como una generación estresada, que dejó de soñar, mal genio, que hace muchas cosas "urgentes" pero nada "importante”. Este rasgo de no querer evolucionar les hace caer en situaciones de escape o fuga como las drogas y el alcohol y mayoritariamente en las niñitas con problemas de alimentación, cortes en partes de su cuerpo, etc.
Debido a que a los adultos nos ha empezado a dar susto nuestros hijos, hemos dejado de ser una autoridad para ellos, esto hace que ellos se estén autorregulando por si solos sin tener ninguna conciencia de lo que hay que hacer y de lo que no se puede hacer, de lo que está bien y de lo que está mal.
Los padres y adultos en general, no pueden "ser amigos de los niños", su función es ser adultos cálidos pero claros en el establecimiento de las normas y mostrándole de buena forma lo que ésta bien y lo que ésta mal hacer.

Otra característica propia de la adolescencia es la tendencia a colocar entre paréntesis los valores que hasta ahora los padres y el sistema les han enseñado. Esta tendencia se llama "MORATORIA" y dura en estos momentos más de lo necesario debido a la escasez de valores y modelos adultos que
imitar.
Dentro de los cambios psicológicos y físicos de la adolescencia están todos los cambios hormonales y propios de la edad, donde los más importantes de destacar son los producidos por la testosterona en los hombres que es la que mayoritariamente les produce los cambios de voz, la rabia y los cambios de ánimo incluido en esto la flojera y las ganas de estar echado.
En las mujeres, la progesterona es la causante de los síntomas de angustia, las alteraciones en la piel y las ganas intermitentes de llorar.
Todos los cambios físicos dentro de ésta etapa van formando características psicológicas como por ejemplo el cambio corporal en las mujeres genera la sensación de tomar contacto con la sexualidad y puede en algunas generar problemas con la alimentación. En los hombres, el cambio de voz es fundamental en el desarrollo de la masculinidad, junto con el aumento de los pectorales y de los demás músculos.

Pilar Sordo M.
Psicóloga



martes, julio 17, 2018

¿Por qué muchas veces decimos sí cuando sería mejor decir no?


¿Por qué muchas veces decimos sí cuando sería mejor decir no?


Nuestra tendencia a ser complacientes con los demás puede traernos nefastas consecuencias.


No hace mucho estuve de vacaciones en Santiago de Compostela, España. Paseando con un amigo por los alrededores de la catedral, se nos acercó una joven, aparentemente muda, y nos invitó a que leyéramos y firmáramos lo que parecía ser una especie de manifiesto para pedir la promulgación de una ley a favor de los derechos de las personas con discapacidad en el habla.

Mi amigo, tomado por sorpresa, e ignorante de lo que se avecinaba, tomó rápidamente el manifiesto entre sus manos, lo leyó, y acto seguido estampó su firma de conformidad al final de la hoja. Mientras lo hacía, yo di un par de pasos hacia atrás para tomar distancia y poder contemplar el espectáculo inminente desde un lugar de privilegio.

Una vez que mi amigo accedió a ese inofensivo pedido inicial, la muchacha raudamente le entregó un segundo papel en el que le preguntaba cuántos euros estaba dispuesto a donar a la causa. Mi amigo quedó desconcertado y yo regocijado. Habiendo aceptado que estaba a favor de los derechos de la gente muda, había quedado el camino allanado para que no se pudiera negar a un segundo pedido, totalmente consistente con el primero, pero algo más oneroso.

De todas formas, mi diversión no resultó gratuita. Sin tener un centavo en el bolsillo, y desarmado de la astucia necesaria para escapar de la trampa, mi amigo me pidió prestados cinco euros para darle a la chica.

Otras personas con diferentes discapacidades nos abordaron luego, en otras ciudades de España, e incluso en el puente de Londres cuando fuimos a Inglaterra, utilizando en esencia la misma estrategia. En todos los casos, mi amigo se negó a aceptar leer cualquier cosa que intentaran poner en sus manos, alegando que “no hablaba el idioma”.


El poder del compromiso y la autoimagen positiva
Es más probable que aceptemos una propuesta a la que naturalmente nos negaríamos si previamente se nos ha inducido a aceptar un compromiso de menor cuantía. Cuando decimos “sí” a un pedido de aparente poco valor, quedamos bien predispuestos para decir “sí” a un segundo pedido, mucho más importante, y que muchas veces constituye el verdadero interés del individuo que solapadamente nos está manipulando.

¿Por qué resulta tan difícil decir “no” en casos como este? ¿Por qué no encontramos la forma de escabullirnos aún sabiendo, o sospechando, que estamos siendo víctimas de una pequeña pero sofisticada manipulación? Para poder responder a esto, déjeme hacerle una pregunta: ¿se considera usted una persona solidaria?

En el caso de que su respuesta sea afirmativa, entonces le hago una segunda pregunta: ¿se considera solidario y en consecuencia hace donaciones regularmente a instituciones de caridad o da limosna a las personas pobres en la calle? ¿O es porque da limosna a los pobres en la calle que se considera solidario?


Examinándonos a nosotros mismos
Lo aceptemos o no, la mayor parte del tiempo nos creemos dueños de la verdad, sobre todo en cuestiones que tienen que ver con nuestra personalidad o que de alguna forma nos conciernen. Si hay algo en lo que nos consideramos expertos, es en nosotros mismos; y parece bastante obvio que nadie está en condiciones de asegurar lo contrario.

Sin embargo, y contra todo pronóstico, los estudios dicen que no nos conocemos tan bien como pensamos.

Un número importante de investigaciones sugiere que la etiqueta que nos ponemos, (por ejemplo: “solidario”) resulta de la observación que hacemos de nuestra propia conducta. Es decir, primero miramos cómo nos comportamos ante determinada situación, y en función de ello, extraemos conclusiones sobre nosotros mismos y nos aplicamos el rótulo correspondiente.



Mientras mi amigo firmaba la petición inicial, al mismo tiempo estaba monitoreando su propia conducta, lo que contribuyó a forjar una autoimagen de persona bien predispuesta o cooperativa con los demás. Inmediatamente después, confrontado con un pedido en sintonía con el primero pero de un costo mayor, mi amigo se sintió impelido a responder de manera consistente con la idea que ya se había formado de sí mismo. Para ese entonces ya era demasiado tarde. Actuar contradictoriamente en un lapso de tiempo muy breve genera cierto malestar psicológico del que resulta muy difícil librarse.

El experimento del cartel
En un fascinante experimento, dos personas iban de casa en casa en un barrio residencial para pedirles a los propietarios su colaboración en una campaña de prevención de accidentes de tráfico.

Les solicitaban permiso, nada más ni nada menos, que para instalar en el jardín de sus casas un cartel gigantesco, de varios metros de largo, que decía “conduzca con precaución”. Para ejemplificar cómo iba a quedar una vez que estuviera colocado, les mostraban una foto en donde se veía una casa escondida detrás del aparatoso y poco estético letrero.


Como era de esperarse, prácticamente ninguno de los vecinos consultados aceptó semejante pedido absurdo y desmesurado. Pero, en forma paralela, otro par de psicólogos hizo el mismo trabajo a pocas calles de distancia, pidiendo autorización para colocar en las ventanas de las casas una pequeña calcomanía con el mismo mensaje. En este segundo caso, por supuesto, casi todo el mundo estuvo de acuerdo.

Pero lo curioso del asunto es lo que ocurrió dos semanas después, cuando los investigadores volvieron a visitar a aquellas personas que habían estado de acuerdo con la colocación de la calcomanía para preguntarles si les dejarían instalar el poco glamoroso cartel en el centro del jardín. Esta vez, por irracional y estúpido que parezca, aproximadamente el 50 % de los propietarios estuvieron de acuerdo.

¿Qué había ocurrido? La pequeña petición que habían aceptado en la primera ocasión había allanado el camino para una segunda petición mucho mayor, pero orientada en el mismo sentido. Pero, ¿por qué? ¿Cuál era el mecanismo de acción cerebral que estaba detrás de semejante conducta absurda?

Manteniendo una autoimagen coherente
Cuando los vecinos aceptaron la calcomanía, comenzaron a percibirse a sí mismos como ciudadanos comprometidos con el bien común. Luego, fue la necesidad de sostener esa imagen de personas que cooperan con causas nobles, las que los empujó a aceptar el segundo pedido.

El deseo inconsciente de comportarnos de acuerdo a nuestra propia imagen parece ser un instrumento muy poderoso una vez que hemos aceptado cierto grado de compromiso.

Conclusión
Así como nos fijamos en las cosas que hacen los demás para extraer conclusiones, también ponemos atención a nuestros propios actos. Obtenemos información sobre nosotros mismos observando lo que hacemos y la decisiones que tomamos.

El peligro radica en que muchos timadores se aprovechan de esta necesidad humana de coherencia interna para inducirnos a aceptar y manifestar expresamente cierto grado de compromiso con alguna causa. Saben que, una vez que adoptamos una postura, será difícil salir de la trampa, naturalmente tenderemos a aceptar cualquier propuesta posterior que se nos formule con tal de preservar nuestra propia imagen.


por Sergio Lotauro




lunes, julio 16, 2018

Cómo afrontar las críticas, en 5 pasos


Cómo afrontar las críticas, en 5 pasos
Si no sabemos gestionarlas, las críticas pueden dañar nuestra autoestima y llevarnos al conflicto.



La palabra “crítica” viene del griego “kritikos” que significa “capaz de discernir”. Así mismo, la palabra “criticar” proviene del verbo “krinein” que significa “separar”, “decidir” o “juzgar”. Actualmente podemos utilizar dichas palabras para hablar de la acción de juzgar o de evaluar a profundidad una situación; pero sirven también para referirnos a una actitud (crítica), e incluso a un momento decisivo (momentos críticos). En este sentido, realizar una crítica no siempre es una acción de ofensa hacia la situación que se está evaluando; sino que puede tener el efecto contrario: favorecer nuestra capacidad de discernir o decidir.

En todo caso, cuando una crítica se realiza para juzgar o evaluar un comportamiento o decisión personal, pueden generarnos mucho malestar. Entre otras cosas, puede producir la sensación de angustia o de tristeza y en ocasiones enojo. En este artículo explicaremos algunas estrategias que pueden ser útiles para afrontar las críticas de una manera que nos facilite tanto la interacción social, como mantener la estabilidad emocional.

5 estrategias para afrontar las críticas
Cuando nos encontramos en una situación donde escuchamos algo que no nos gusta, porque tiene que ver directamente con nosotros mismos, es común que reaccionemos desde el filtro emocional y omitamos la parte racional, con lo cual, frecuentemente nos generan la sensación de no saber qué hacer.

No obstante, aún sin saber qué hacer, actuamos. Y la forma en la que lo hacemos puede así mismo generar malestar o confusión en las otras personas. Incluso puede pasar que nuestras reacciones ante las críticas se conviertan en un obstáculo para el desarrollo de las relaciones interpersonales, o bien, para el desarrollo personal. Por todo lo anterior, no está de más hacer el ejercicio de preguntarnos cómo estamos afrontando las críticas y cómo podríamos hacerlo adecuadamente.


1. Valorar la situación
Las críticas, en tanto que se componen de una serie de juicios sociales, nos pueden generar culpa con facilidad. Es importante que, antes de pasar a este momento, tratemos de poner las críticas en contexto. Significa que podemos reflexionar sobre cómo se pueden ver afectadas las percepciones ajenas y las explicaciones del éxito o del fracaso sobre un desempeño según distintas etiquetas o valores sociales asignados a nuestra propia persona. De esta manera podemos generar herramientas para establecer un diálogo con el interlocutor (con quien hace la crítica), antes de que nos paralicemos, bien por enojo, o bien por angustia.

En definitiva, no todos y todas reaccionamos de la misma forma ante las críticas. En estas reacciones se involucran muchos elementos, que van desde nuestro auto concepto hasta las posibilidades y los valores que nos han sido asignados (y a través de los que nos hemos socializado); que pueden ser distintos entre mujeres y hombres o entre niños y adultos o entre personas de una cultura o de otra. Poner las críticas en contexto y valorar la situación en la que se generan, también tiene que ver con reflexionar sobre el momento, el lugar, y la persona en concreto de quien viene la crítica. Dicha reflexión nos ayuda a saber cuáles comentarios o situaciones nos deberíamos “tomar personal”, y cuáles no.

2. Fortalecer asertividad, más allá de las críticas
Por otro lado, una vez que hemos detectado que nuestra reacción ante las críticas nos genera problemas emocionales es momento preguntarnos si nuestro afrontamiento está afectando directamente nuestras habilidades sociales. En caso de que la respuesta sea afirmativa, algo que podemos trabajar es la asertividad; entendida como una habilidad que permite entablar comunicación de manera respetuosa y a la vez firme.

Al ser una habilidad, y no un rasgo de personalidad que algunas personas tienen y otras no, la asertividad es algo que podemos trabajar y desarrollar. Se trata de comunicar nuestras necesidades e intereses de manera clara, pero al mismo tiempo reconociendo las necesidades e intereses del interlocutor (es decir, manteniendo la empatía).



Consiste asimismo en discernir entre los momentos en los que es mejor mantenernos prudentes y más pasivos; y aquellos momentos en los que es necesario que nos mantengamos activos y firmes con nuestras decisiones. Fortalecer la asertividad es una habilidad que nos ayuda a comunicarnos diariamente, y que puede ir mucho más allá de mejorar la manera en la que afrontamos las críticas.

3. Revisar y trabajar autoestima
La autoestima es la valoración que hacemos sobre nuestro auto concepto. Es decir, es el conjunto de valores (positivos o negativos) que asociamos a la imagen que hemos hecho sobre nosotros mismos. Desde la psicología más científica hasta la más cotidiana se ha puesto atención a cómo una baja o alta autoestima se refleja de manera importante en las habilidades sociales; es decir, que se hace visible en las relaciones eficaces y satisfactorias.

La valoración que hacemos sobre nuestro auto concepto impacta en la infravaloración o la sobrevaloración de las posibilidades propias y en el reconocimiento de nuestros límites. Así pues, según cómo nos percibimos a nosotros mismos, podemos tener algunos problemas para afrontar las críticas (precisamente por la dificultad de reconocer los tanto límites como las capacidades). Esto puede generar intolerancia o rigidez respecto al juicio que hacemos sobre los demás; y puede generar lo mismo sobre el juicio que los demás hacen sobre nosotros.


4. Reflexividad y autoconocimiento
La reflexividad, o la cualidad de ser reflexivo, hace referencia a la capacidad de evaluar algo con detenimiento, antes de llevarlo a cabo. O bien, una vez que ha sido llevado a cabo, para que los resultados de dicha reflexión nos sirvan en ocasiones posteriores. Trabajar está habilidad puede ser útil para afrontar las críticas ya que nos permite analizar cómo nos afectan las críticas ajenas en el día a día, y qué acciones propias pueden estar afectado a las otras personas. En este sentido la reflexividad se relaciona con la introspección y con desarrollar un pensamiento realista sobre las situaciones.

En última instancia todo lo anterior supone trabajar auto aceptación y autoconocimiento, que significa asumir nuestros pensamientos, sentimientos o comportamientos, y también nuestros límites y posibilidades reales; como parte de nosotros mismos y de nuestro contexto de posibilidades. Sin esperar aprobación incondicional, tanto de parte de los demás como de parte nuestra. Esto último nos permite trabajar aquello que no nos gusta de nosotros mismos, y al mismo tiempo, no debilitarnos en exceso ante las críticas ajenas

5. Compartir la experiencia
Es normal que las críticas nos provoquen cierto malestar, y también es normal que no sepamos cómo reaccionar en todo momento.

Ante esto, otra de las estrategias que pueden resultar eficaces para afrontar adecuadamente las críticas, es compartir dicho malestar y dicha incertidumbre. Seguramente nos encontraremos con alguien que se ha sentido igual, y aunque no se trate de una persona experta en psicología, puede llegarse a conclusiones interesantes sobre cómo nos hemos sentido ante las reacciones de los demás, y también sobre cómo se han sentido los otros ante nuestras reacciones.

por Grecia Guzmán Martínez



jueves, julio 12, 2018

Viva la realidad Pilar Sordo


Viva la realidad Pilar Sordo 

martes, julio 10, 2018

Siete consejos para mejorar el diálogo con tu pareja


Siete consejos para mejorar el 
diálogo con tu pareja
Es lo que permite que las relaciones sean duraderas, felices y libres de malos entendidos
Tu esposa lleva un rato hablando de cómo le fue el día en el trabajo. Sabes que por ahí más o menos va la cosa, pero andas en tu mundo, pensando en ese juego que comienza en diez minutos y no


te quieres perder. O acaso tienes la cabeza en tu día y la conversación que tuviste con ese colega difícil. 
Poco a poco tu esposa, que no es ni ciega ni insensible, va perdiendo interés en hablar contigo. Se calla, sintiendo que nadie la escuchó y desconectada de ti. Perdiste una oportunidad para cementar tu relación y con el tiempo, se erosiona.
Todos sabemos, o debiéramos saber, que escuchar atentamente es importante para cualquier relación, sea en el trabajo o la casa. Escuchar de esta manera hace que la persona con quien dialogas se sienta comprendida. 
Muchísimos experimentos lo han comprobado. Y, sin embargo, a la mayoría de nosotros nadie nos ha enseñado como se hace. Bueno, no pierdas las esperanzas, porque te voy a enseñar cómo. Esta práctica ayuda mucho en situaciones difíciles, cuando hay diferencias y cuando quieres expresar apoyo. 
Separa un rato para estar tranquilo con tu pareja u otra persona cercana. Invítalo a que comparta lo que tiene en su mente y sigue las recomendaciones que siguen. No las tienes que seguir todas, pero mientras más, mejor.

1.    Parafrasea. Deja que la persona termine de expresarse (aguanta las ganas de interrumpir) y repite lo que te dijo en tus propias palabras. La idea es que se sepa que escuchaste y asegurarte que entendiste bien lo que quiso decir. Puedes decir algo como, “suena como que…”; “si entendí bien…”

2.    Haz preguntas. No presumas que entiendes lo que la otra persona quiere decir. Si tienes dudas, haz preguntas para que abunde o aclare, como, por ejemplo, “¿Qué significa X para ti?” ·o “cuando dices X, qué quiere decir para ti?”


3.    Expresa empatía. Si la persona expresa sentimientos negativos no trates de arreglarlos ni juzgarlos. Trata de reconocerlos y entender cómo es que se siente y por qué. Puedes decir algo como, “veo cómo te pudieras sentir así en esa situación”.

4.    Usa tu cuerpo. Mira sus ojos, mantén tu cuerpo de frente, relajado. Trata de no expresar desagrado con tu cara. No te distraigas, ni mires el texto que te entró.


5.    Evita juzgar. Estás tratando de entender a la otra persona, aunque estés en desacuerdo. No es el momento para argüir en contra de su posición.

6.    No des consejos. Habrá un momento para consejos, pero solo después que ambos se entiendan bien. Aguanta la lengua hasta después.

7.    7. Tomen turnos. Después que la otra persona se haya expresado y la hayas escuchado activamente, pregunta si estaría bien que compartieras tus pensamientos. Usa la primera persona cuando hables, en vez de ser acusativo. Por ejemplo, “me siento frustrado cuando no me ayudas con las cuentas”, es mejor que “En vez de ayudarme con las cuentas te pones a ver televisión”. No es fácil, pero trátalo, que la ciencia dice que mejorarás tus relaciones, sentirás mayor bienestar y hasta más efectivo en tu vida.




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