Los principales mecanismos de defensa
Todos enfrentamos problemas y
conflictos a lo largo de la vida. En algunas ocasiones estas dificultades
superan nuestros recursos psicológicos y, para protegernos, recurrimos a los
mecanismos de defensa. No se trata de una estrategia consciente sino más bien
de una carta bajo la manga que juega nuestro inconsciente cuando estamos en
apuros (y sin siquiera pedirnos permiso).
El término lo usó por primera vez
Freud, allá por el 1894, solo que en aquel momento habló de "formaciones defensivas para hacerle frente a ideas y afectos que
nos resultan dolorosos e insoportables". Más tarde, Ana Freud
definiría con mayor precisión estos mecanismos y describiría en detalle su
funcionamiento.
¿Cómo funcionan los mecanismos de defensa?
Los mecanismos de defensa operan
basándose en la disociación, en la divalencia, para establecer una distancia de
seguridad entre lo que consideramos bueno y malo. De esta manera “eliminamos”
la fuente de tensión, inseguridad o ansiedad. Son estrategias que nos permiten ajustarnos a
determinadas demandas pero que en realidad no resuelven el conflicto de base ya
que este permanece latente. De hecho, aunque los recuerdos o problemas estén
desterrados de nuestra memoria consciente, continúan influyendo en nuestro
comportamiento.
Cuando ponemos en marcha un
mecanismo de defensa es como si estuviésemos trabajando a media capacidad ya
que la acción de nuestro “yo” se ve restringida, al no poder lidiar con la
situación perturbadora. Obviamente, cuando el mecanismo de defensa desaparece,
regresa la ansiedad y esta puede ser tan intensa que incluso puede generar
estados psicóticos pero, por suerte, en la vida cotidiana estos casos son poco
usuales ya que lo normal es que el mecanismo de defensa desaparezca cuando
nuestro “yo” esté preparado para hacerle frente al conflicto.
Los mecanismos de defensa pueden tener un carácter
primitivo o, al contrario, ser muy elaborados. Mientras más primitivo sea el mecanismo,
más eficaz es a corto plazo para lidiar con la situación ya que normalmente la
esconde por completo. Sin embargo, también es muy ineficaz a largo plazo ya que
no nos permite ir elaborando los recursos que necesitamos para hacerle frente a
la situación.
Los 10 mecanismos de defensa más comunes
1. Negación.
Consiste en refutar la realidad o
determinado hecho porque este es demasiado doloroso, de manera que la persona
actúa como si no hubiese ocurrido o no existiese. Se considera uno de los mecanismos
de defensa más primitivos ya que es característico de la infancia. Sin embargo,
también es uno de los más comunes y lo usamos bastante en la vida cotidiana,
por ejemplo, cuando no queremos aceptar una adicción, la pérdida de una persona
querida o determinado trauma y actuamos como si el problema no existiese.
2. Represión.
2. Represión.
En este caso, nuestra mente
simplemente elimina de la conciencia aquellos pensamientos, impulsos y
sentimientos que le resultan perturbadores, que generan culpa o deseos que no se corresponden con nuestro
sistema de valores. Al negar su existencia, logramos mantener un equilibrio
emocional y nuestro "yo" no se ve obligado a luchar contra ideas o
emociones que, en teoría, no deberían existir porque contradicen su forma de
ser. El ejemplo clásico es la represión de determinados impulsos sexuales
porque no calzan con los valores que supuestamente profesamos.
3. Regresión.
3. Regresión.
Es cuando reactivamos conductas
de etapas anteriores de la vida. Se produce cuando un problema nos desborda y
nos vemos obligados a mirar atrás en la búsqueda de soluciones que en el pasado
fueron útiles pero que en la etapa actual de nuestro desarrollo no son congruentes.
El problema radica en que al mirar atrás también se activan todos nuestros
miedos y angustias por lo que a menudo este mecanismo de defensa se manifiesta
de manera destructiva. Un ejemplo es el del adulto que ante un problema en el
trabajo, se niega a acudir al mismo y se encierra en su habitación (una
conducta típicamente adolescente).
4. Desplazamiento.
Se produce una redirección de una
emoción o sentimiento (normalmente la ira) sobre una persona u objeto que no
puede responder. Este mecanismo de defensa es bastante peculiar ya que se
activa cuando no podemos expresar lo que sentimos y nos permite relacionarnos
con esa persona sorteando las características negativas que nos molestan. Un
ejemplo es cuando nos enfadamos con nuestro jefe pero como no podemos descargar
la ira sobre él, terminamos peleando con nuestra pareja o tomándola con una
mascota.
5. Proyección.
5. Proyección.
Le atribuimos a otra persona
sentimientos, deseos o motivos que son nuestros pero no reconocemos como
propios ya que no queremos aceptarlos pues desequilibrarían la imagen que
tenemos de nosotros mismos. Al proyectarlos sobre otra persona, nos sentimos
aliviados y podemos mantener una relación sin tensiones con nuestro “yo”. Por
ejemplo, una persona puede enojarse con su pareja y reprocharle que no le
escucha cuando, en realidad, es él/ella quien no escucha pero no quiere
aceptarlo.
6. Introyección.
Es la asimilación de
características de una persona, objeto o animal a nuestro “yo”. Podemos
asimilar solo determinadas características o el objeto en su totalidad, en cuyo
caso nuestro “yo” podría correr peligro pues sus verdaderas características se
verían invadidas por formas de hacer y comportarse ajenas. Este mecanismo de
defensa es muy común en los niños, cuando pierden a una persona querida o a su
mascota y asumen algunos de sus hábitos o formas de comportarse. De esta
manera, mantienen vivo el recuerdo y niegan lo ocurrido.
7. Racionalización.
La persona intenta recurrir a
argumentos lógicos para explicar determinados comportamientos, deseos o
necesidades. Se trata de una especia de negación ya que en realidad estas
razones no son válidas y con ellas la persona solo intenta no tener que
enfrentar el conflicto. Un ejemplo es cuando a alguien le diagnostican una
enfermedad degenerativa o grave y, en vez de expresar su dolor, rabia y
tristeza, se centra en los detalles técnicos de un tratamiento que en realidad
no es una cura. A través de las explicaciones lógicas, huye de los sentimientos
y evita afrontar la situación.
8. Formación reactiva.
En este caso la persona se suele
comportar de manera diferente a como piensa y siente en determinadas
circunstancias. Lo que hace es exacerbar los aspectos positivos vinculados a la
situación de manera que estos escondan los negativos (que son los que generan
ansiedad y angustia). Por ejemplo, una persona que está molesta con su jefe,
actúa de manera excesivamente amistosa con él. Lo que sucede realmente es que
la persona no se siente capaz de expresar su insatisfacción e intenta ocultarlo
(incluso a sí misma), actuando como si en realidad se sintiese muy satisfecha.
9. Deshacer lo hecho.
9. Deshacer lo hecho.
En determinados momentos,
perdemos el control y hacemos cosas de las cuales nos arrepentimos, cuando no
logramos aceptar que nos hemos comportado de determinada manera, ponemos en
práctica este mecanismo de defensa. Básicamente, intentamos volver atrás para
deshacer un comportamiento o pensamiento que consideramos inaceptable o dañino.
Por ejemplo, después de darnos cuenta de que hemos insultado a nuestra pareja,
pasamos la hora siguiente exaltando sus virtudes en vez de, simplemente, pedir disculpas. Al hacer esto creemos que desharemos
la acción anterior y que la persona no tendrá en cuenta los comentarios que
hemos hecho.
10. Compensación.
10. Compensación.
Se trata de un mecanismo en el
cual intentamos compensar las debilidades percibidas enfatizando las fortalezas
que tenemos en otras áreas de nuestra actuación. Al centrarse en una fortaleza,
la persona reconoce que no puede ser "buena" en todas las áreas de su
vida y logra aceptar esa debilidad que antes le resultaba vergonzosa. Por
ejemplo, una ama de casa puede compensar el hecho de que sea una mala cocinera
enfatizando su habilidad para limpiar muy bien. Vale aclarar que siempre y
cuando no exageremos nuestras fortalezas y habilidades, este mecanismo de
defensa es positivo porque nos puede ayudar a tener una mejor autoestima y a
mejorar la imagen que tenemos de nosotros mismos pero debemos estar atentos a
no exagerar.