¿Qué hay detrás del hábito
de posponer constantemente?
La procrastinación, o tendencia a dejarlo todo para
mañana, puede causar muchos problemas.
¿Por qué las personas tenemos ésta marcada
tendencia a dejar las cosas para mañana? Para entenderlo debemos tratar
a comprender cómo es el fenómeno de la procrastinación, esa tendencia
que a veces manifestamos en nuestro día a día que puede ser resumida en
"dejarlo todo para mañana".
La
procrastinación
Procrastinación: ¿qué es? La definición en
sí misma es sencilla, consiste en aplazar aquello que debemos hacer: poner la
lavadora, estudiar para el examen de lengua, la declaración de la renta… Pero
el mero acto de demorar algo no es procrastinar, el concepto de procrastinación
conlleva en su propia definición una demora absurda, no es posponer por que
tenga sentido en cierto contexto, es hacerlo
irracionalmente, saboteando nuestros intereses.
La
persona que vive obsesionada por concluir cualquier tarea a la primera
oportunidad puede ser tan disfuncional como aquel que lo deja todo para el
último momento, ni el uno ni el otro planifican su tiempo con inteligencia.
Vencer la procrastinación implica hacer un uso
inteligente del propio tiempo, orientado a la consecución de los
propios objetivos. Es en la elección de qué harás ahora y qué dejarás para
después donde radica la procrastinación, no en la dilación en sí.
Pero si
sabemos que procrastinar nos aleja de nuestros objetivos ¿por qué lo hacemos?
Sus causas
Al
parecer hay factores tanto genéticos como ambientales que explican la
procrastinación.
Por un
lado, este es un fenómeno común en todas las culturas y momentos de la
historia. Se trata de una tendencia que
afecta ligeramente más a los hombres (54%) que a las mujeres
(46%), se observa más entre la gente joven y disminuye con la edad.
Según
los datos que ofrece la ciencia la mayor parte la explica la genética; no
obstante, el ambiente también
contribuye poderosamente a que aplacemos compulsivamentenuestros
quehaceres. Tanto es así que la vida moderna ha convertido la procrastinación
en una epidemia que tiene consecuencias a nivel personal, organizacional e
incluso se hace notar en la economía de un país.
Según
datos de una encuesta el 95% de las personas admite que procrastina y uno de
cada cuatro admiten hacerlo constantemente. Y es que la procrastinación es un
hábito y como tal tiende a perdurar. Uno podría pensar que es a causa del perfeccionismo, no
terminar nunca las cosas por la obsesión de que queden perfectas, pero lo
cierto es que los datos indican lo contrario.
Durante
mucho tiempo se creía que la
postergación y el perfeccionismo iban de la mano, este error se
explica porque los perfeccionistas que postergan son los que tienden a pedir
ayuda en terapia (y de ahí se obtenían los datos), pero existen muchas otras
personas que son perfeccionistas y que no van a terapia y que no incurren en el
hábito de la dilación. En concreto, un papel mucho más fundamental es el de la
impulsividad: vivir impacientemente en el ahora y querer todo ahora mismo.
El
papel de la impulsividad
El autocontrol y la demora de la
recompensa tienen
mucho que ver con la impulsividad y esta nos hace muy difícil la tarea de pasar
un mal momento en aras de una recompensa futura. Las personas muy impulsivas
tienden a ser desorganizadas, se distraen con facilidad, tienen dificultad en
controlar sus impulsos, les cuesta ser persistentes, así como trabajar
metódicamente. Esta dificultad en la planificación y esta fácil
distractibilidad las hace víctimas perfectas de la procrastinación.
Las
personas impulsivas tratan de zafarse de
una tarea que les provoca ansiedad, se distraen, la apartan de su
conciencia. Las excusas y autoengaños son habituales. Esto parece muy lógico,
claro está, pues generalmente las personas intentamos evitar el sufrimiento. No
obstante, esto solo tiene lógica si miramos las cosas en el corto plazo, pues a
largo plazo esto conlleva un sufrimiento aún mayor. Evitar pasar por el
desagradable chequeo rutinario del médico nos puede conllevar detectar un
cáncer de próstata cuando ya es demasiado tarde.
A veces
la presión de todo lo que debemos hacer resulta tan angustiosa que nos
entregamos a tareas que nos distraigan para así no pensar en eso que tanto nos
trae de cabeza. Sucede a menudo que estamos haciendo algo que en el fondo
sabemos que no deberíamos estar haciendo porque hay algo más importante y
prioritario que atender. Eso conlleva que no estemos haciendo lo que debemos
que tampoco disfrutemos de ese tiempo de relax, pues nuestra
conciencia constantemente nos recuerda nuestras obligaciones.
No
obstante, la impulsividad no lo explica todo, la procrastinación se debe a
múltiples causas.
La
tríada de la procrastinación
Las expectativas, el valor y el tiempo
constituyen los pilares que sostienen este tipo de autosabotaje.
Expectativa
La expectativa se refiere a nuestra
confianza en la consecución de nuestros objetivos y si bien la procrastinación
a veces está vinculada al exceso de confianza es mucho más habitual lo
contrario. Es decir, si aquello que perseguimos nos parece que no lo podemos asumir,
simplemente nos rendimos. La impotencia, el verse incapaz, nos
lleva a dejar de esforzarnos.
Esto
nos lleva a un estado de decaimiento y frustración conocido como indefensión aprendida, en el cual nos rendimos
a las circunstancias por creernos incapaces de cambiar nada y dejamos de
luchar. Este fenómeno está muy vinculado a la depresión.
Al final
esto se convierte en una profecía autocumplida: creer que no seremos capaces
nos hace desistir. Al dejar de intentarlo efectivamente nos hacemos capaces y
eso confirma nuestras creencias con respecto a nosotros mismos. Es un círculo
vicioso.
Valor
El valor tiene que ver con lo atractivo
que nos resulta aquello que estamos aplazando. Normalmente nuestra lista de la
procrastinación está repleta de tareas aburridas como fregar los platos,
aprenderse aquellos interminables artículos de la constitución o hacer las
compras de Navidad. Como es de suponer, el valor de cada cosa depende de
las apetencias de cada uno y algunas personas tienden a
procastinar más unas tareas que otras.
Como es
más fácil aplazar algo que no nos gusta, que no nos motiva,
cuanto menos valor tiene para uno mismo una tarea menos probable es que nos
pongamos a hacerla. La carencia de valor placentero hace que otras actividades
más agradables nos distraigan y así fácilmente nos distraemos y nos evadimos en
cosas más estimulantes, aplazando todo lo posible las tareas que nos parecen
soporíferas.
El factor tiempo
El
tiempo nos lleva a la procrastinación porque elegimos la gratificación inmediata,
porque nos resulta más tentador una recompensa que se materializa
inmediatamente, aunque sea pequeña, que luchar por un objetivo a largo plazo,
aunque nos proporcione mayor beneficio.
La
impulsividad, de la que hemos hablado antes, es lo que está tras todo esto, y
algunos otros rasgos vinculados al temperamento impulsivo son la poca
meticulosidad, el bajo autocontrol y la propensión a la distracción.
Actuar sin pensar, no ser capaz de tener
los sentimientos bajo control… nos lleva a procrastinar. El factor
tiempo nos hace ver las metas y recompensas de mañana de forma abstracta, tanto
es así que les resta realidad. En cambio, todo lo que tiene que ver con hoy es
más concreto y eso hace que nos parezca más real.
En
conclusión
La
procrastinación es un hábito muy enraizado que puede provocar grandes dosis de
sufrimiento, nos lleva a la distracción y nos
aleja de nuestros objetivos. Está muy vinculado a la
impulsividad y a la gestión del tiempo, se ve influido por el valor de la
recompensa que perseguimos y por las creencias que tenemos con respecto a
nuestras propias capacidades.
Nota
del autor: este artículo debería haberse publicado el mes pasado, pero lo he
estado procastinando. En el próximo artículo hablaré de algunas pistas útiles
para vencer este autosabotaje.
Referencias
bibilográficas:
·
Steel, P. (2010).
The Procrastination Equation: How to Stop Putting Things Off and Start Getting
Stuff Done. Canada:
Random House Canada.