Cómo mejorar la educación
emocional de los niños, en 15 claves
La infancia es una etapa en la que
también aprendemos a gestionar las emociones.
La inteligencia emocional es
una gran olvidada en nuestro sistema educativo. Pero, como padres, tampoco estamos
prestando una atención adecuada al correcto desarrollo del aspecto emocional de
nuestros hijos.
Para
poder empezar con bien pie en esta empresa de ayudarles a descubrir y potenciar
sus emociones, me he permitido redactar esta guía práctica.
1. Una obligación compartida
Los
padres, los maestros, los que son ambas cosas a la vez, y todos los adultos sin excepción somos
responsables de que los niños reciban la educación emocional que merecen, para que puedan adquirir una buena
inteligencia emocional y una personalidad equilibrada. Pero, como es lógico, el
adulto que esté imbuido de conceptos erróneos sobre este tema, no va a poder
proporcionar la educación adecuada y puede –involuntariamente— aportar una
influencia negativa al buen fin que pretendía.
2. No existen emociones
negativas
De
entrada, es
fundamental tener claro que es incorrecta la discriminación entre emociones
negativas y emociones positivas. Todas las emociones tienen una
utilidad para la supervivencia individual del niño. Lo que tenemos que
enseñarle al niño es que, frente a una emoción, hay reacciones positivas y
conductas concretas que son negativas para la sociedad y le pueden acarrear
problemas.
3. Madurez emocional por
etapas
Otro
concepto fundamental es que la madurez emocional del niño crece en etapas
sucesivas, desde el nacimiento hasta la mayoría de edad emocional, a medida que
va haciéndose dueño de sus funciones cerebrales. El tratamiento de sus
emociones debe estar adecuado, pues, a cada etapa de su evolución o corremos el
riesgo de perjudicarle sin querer o –como mínimo—desperdiciar esfuerzos
inadecuados.
Hasta
los seis meses el niño sólo obedece a estímulos sensoriales y motrices (de base
instintiva) y no tiene conciencia de sus emociones. A partir de esta edad puede
empezar a diferenciar sus emociones básicas con la ayuda de los adultos. Hasta
los tres años aproximadamente no está en condiciones de cambiar su conducta de
manera estable basándose en las emociones (capacidad intuitiva). Y hasta que no
entra en la etapa operativa, aproximadamente a los seis años, no puede aplicar
“el uso de razón” a sus conductas y aprender a trabajar en equipo. A partir de
esta edad aprende a identificar y nombrar las emociones básicas que experimenta
y puede reflexionar sobre ellas y someterlas a autocontrol. Pero el buen manejo
de las emociones derivadas y de los sentimientos no estará en condiciones de
conseguirlo hasta los diez u once años. Y la madurez de saber prever las
consecuencias de sus acciones y la capacidad de planificación con visión de
futuro, no suele llegar antes de los dieciséis años: la mayoría de edad
emocional.
4. Con el amor no basta
Un error muy
frecuente es pensar que si les damos a los niños amor y protección, el
resultado de su inteligencia emocional será necesariamente bueno. El amor y la protección son, por
supuesto, imprescindibles. Pero no bastan. Deben venir acompañados de una
educación emocional equilibrada. Si los padres sobreprotegen por exceso de
permisividad, o son autoritarios y demasiado severos o son descontrolados e
imprevisibles, los daños emocionales pueden afectar gravemente la personalidad
del futuro adulto, a pesar del amor recibido.
5. ¿Cómo saber si un niño
tiene problemas emocionales?
Diagnosticar
que un niño está teniendo problemas en su educación emocional es muy fácil. Un niño sano es inquieto, impaciente,
ruidoso, espontáneo, juguetón, curioso, creativo, social, confiado con sus
compañeros y con los adultos… Cualquier carencia de alguna de estas
características habrá que analizarla porque puede constituir una alerta de
posibles problemas emocionales. Tendremos que detectar en qué emociones básicas
se siente desbordado el niño y ofrecerle el soporte oportuno.
6. Cómo tratar sus miedos
Empecemos
por el miedo. Un niño tiene muchísimas causas de posibles miedos: a quedarse
solo, a que lo abandonen, a ser una molestia, a que lo rechacen, a no poder
alimentarse, a la oscuridad, al frío, al calor, a las inclemencias de la
naturaleza, a ponerse enfermo, a los desconocidos, a las personas autoritarias
u hostiles, a tener la culpa de que papá y mamá discutan… La
solución pasa por darle con rotundidad la seguridad que necesita.
La
seguridad física contra enfermedades, hambre y toda clase de peligros físicos.
Y la seguridad afectiva. Es conveniente que los padres le repitan todas las
veces que sean necesarias que lo querían antes de nacer, que lo quieren tal
como es y que lo querrán siempre. Si el niño se porta mal, le diremos no nos
gusta lo que hace, pero que a él se le quiere sin ninguna clase de dudas o
reparos. Como dice la extraordinaria psicopedagoga Rebeca Wild: “Si el niño se
siente bien, no se porta mal”.
7. Cómo tratar sus rabietas
Sigamos
con la ira. Un niño inmerso en una rabieta puede desplegar una energía
espectacular. Las causas de la rabieta también pueden ser múltiples: le han
dado una negativa a un deseo o a un capricho, le han quitado un juguete, le han
regañado “injustamente”, no le hacen caso o no le escuchan, le han pegado o
humillado y no ha podido defenderse… El soporte que aquí necesita el niño es la comprensión.
Mostrarle
sin ambages que entendemos la causa de su rabieta pero que debe aprender a
controlarlo; enseñarle a ser menos egoísta y a saber
compartir sus pertenencias;
que debemos acostumbrarnos a soportar algunas frustraciones en la vida; que hay
que buscar nuevas motivaciones y nuevas expectativas y no rendirse; que hay que
defenderse de las injusticias con calma y serenidad; que hay que evitar los
peligros de manera preventiva…
8. Cómo tratar sus tristezas
Otra emoción
básica es la tristeza.
Por haber perdido un juguete, un objeto preferido, una mascota o una persona
querida; por no poder estar con los amigos; por no tener lo mismo que tienen
los niños que le rodean; por haber perdido padre y madre… El soporte adecuado
es el consuelo. Mostrarle empatía por su pérdida, nuestro acompañamiento en su
dolor, ofrecerle ayuda para sobrellevar su pérdida, apoyarle con distracciones
tales como juegos y nuevas motivaciones.
9. El poder de los juegos
El juego es
una actividad instintiva en el niño y, por
consiguiente, debe ser la distracción favorita frente a malas tendencias del
niño. Todos los pedagogos y psicólogos están de acuerdo en los beneficios
físicos, fisiológicos, emocionales, sociales y cognitivos de los juegos en
equipo.
10. Cómo tratar su vergüenza
Una
de las emociones de posibles consecuencias más nefastas es la vergüenza.
Vergüenza por ser demasiado grande o demasiado pequeño; por ser gordo o flaco;
por ser diferente; por tener problemas físicos o discapacidades; por no
entender de qué hablan; por no saberse expresar; por haber hecho algo malo; por
haber sufrido abusos físicos o sexuales… La mejor ayuda para superar la
vergüenza es fomentar su autoestima.
Repetirle
las veces que haga falta que cada persona es única y vale tanto como el que más. Enseñarle a mejorar sus problemas o
defectos sin estresarle. Ayudarle a reconocer sus errores y superarlos.
Enseñarle a socializar y tener amigos que le correspondan. Ganar su confianza
para que nos haga partícipe de posibles abusos físicos o sexuales.
11. La pérdida de la
autoestima
Hay que
evitar por todos los medios que el niño caiga en pérdida de autoestima. Porque ello comporta que el niño
interiorice que es un inútil y no sirve para nada; que no merece que le
quieran; que es natural que lo ignoren o desprecien; que es lógico que se
burlen de él y le humillen.
Como
consecuencia de falta de autoestima en la etapa infantil y adolescente, en la
edad adulta tendremos personas con trastornos conductuales. Si ha habido
reacción de tipo pasivo, el adulto mostrará graves dependencias afectivas;
miedo a sostener relaciones íntimas; miedo a hablar en público y hacerse notar;
una inseguridad patológica; un complejo de inferioridad. Si ha habido reacción
de tipo agresivo, el adulto presentará fuertes tendencias a la tiranía, al
despotismo, a la crueldad, al narcisismo egocéntrico, a una coraza exagerada de
falsa seguridad.
12. Recomendaciones básicas
Vale la pena
prestar atención a una serie de recomendaciones:
Debe prestarse atención a
la edad del niño y no plantearle situaciones para las que carezca de la madurez
emocional necesaria.
Hay
que procurar ponerse en la piel del niño y entender sus razones y motivaciones.
Preguntarle y escucharlo.
No sirve de nada intentar que el niño razone cuando está inmerso
en un secuestro emocional, debemos esperar a que se tranquilice.
No
debemos recriminarle jamás porque haya experimentado una emoción, tan solo
hacerle notar las conductas negativas que le haya suscitado y ofrecerle las posibles
conductas positivas.
Conviene evitar discursos abstractos; hay que usar frases cortas
orientadas a la acción. Sin aplicar adjetivos denigrantes, humillantes u
ofensivos a su conducta.
Predicar
con el ejemplo. No tener inconveniente en mostrar las emociones propias,
dejando en evidencia cómo están bajo control.
Hay que reconocer los errores propios y evidenciar qué se está
haciendo para repararlos.
Entre
adultos, se debe evitar mantener conversaciones de temas inapropiados para
niños delante de ellos.
No mentirles nunca, bajo ningún pretexto. Ahorrarles la parte de
los hechos que no están capacitados para entender, pero no alterar la verdad
con falsedades.
No
permitir bajo ningún concepto que el niño se burle, humille, falte al respeto o
trate mal a ninguna persona o animal.
No aplicarle jamás ningún tipo de violencia (ni física ni
verbal) ni ningún chantaje emocional.
No
querer comprar su afecto o indulgencia con nuestras flaquezas mediante cosas
materiales.
Hay que afrontar la necesidad de poner límites y entrenar al
niño a sobrellevar frustraciones por motivos sociales o económicos.
Por
higiene mental, debemos evitar que el niño caiga en la adicción a juegos
solitarios de Tablet o PlayStation.
Hay que administrar correctamente la motivación con premios y la
inhibición con castigos.
Tanto
los premios como los castigos tienen que ser proporcionales, justos y
coherentes. Deben ser excepcionales pero estables. Los premios deben ser
asequibles, los castigos evitables.
Los premios tienen que celebrar el triunfo de un esfuerzo
previo. Los castigos tienen que comportar una molestia real o un esfuerzo.
Es
imprescindible advertir antes de castigar y explicar los porqués de los
castigos..
Debemos incentivar su curiosidad y fomentar su creatividad. No
bloquear su iniciativa con recetas predeterminadas de cómo hay que hacer las
cosas.
Debemos
estar receptivos a las cosas de la vida que podemos aprender observando y
dialogando con los niños.
Demostrarles siempre que se les quiere de manera permanente e
indestructible.
13. Heridas emocionales
Está
demostrado que los cuidadores que aplican castigos severos con frialdad y
autoritarismo, sin afecto hacia los niños, pueden provocar trastornos de
personalidad en los futuros adultos: fanatismos por el orden, comportamientos
obsesivos compulsivos, inseguridades patológicas, perfeccionismos enfermizos.
Como
nos avisa la escritora canadiense Lise Bourbeau, las cinco grandes heridas
emocionales que suelen dejar huella en el futuro del niño son: el rechazo, el
abandono, la humillación, la traición y la injusticia. La principal motivación
de unos padres para procurar evitar a sus hijos estas cinco heridas emocionales
por todos los medios, puede ser el recuerdo de haberlas sufrido ellos en su
infancia.
14. Contra el sentimiento de
abandono
El
niño puede suportar largas ausencias de sus progenitores si tiene evidencias
irrefutables de que le quieren y las persones que lo cuidan le avivan
frecuentemente el recuerdo y la esperanza del reencuentro. La seguridad emocional es más una cuestión
de intensidad que de frecuencia.
15. Todos hemos sido niños
Para
facilitar la comprensión de las emociones y conductas del niño, conviene
recordar que también fuimos niños y que aquel niño que fuimos pervive en
nuestro interior. Debemos recuperarlo para que seamos buenos amigos de
nuestros niños. Con amor, equilibrio, protección, comprensión,
confianza, consuelo, sistemas de premios y castigos adecuado y —sobre todo—
cultivando su autoestima, lograremos que nuestros hijos, nuestros nietos, los
niños todos de nuestra sociedad consigan la inteligencia emocional que se
merecen.
Referencias
bibliográficas:
Borbeau,
Lise. Las cinco heridas que impiden ser uno mismo. OB Stare, 2003.
Lòpez
Cassà, E. Educación emocional. Programa para 3-6 años. Wolfers Kluwer, 2003.
Renom,
A. Educación emocional. Programa para educación primaria (6 – 12 años). Wolfers
Kluwer, 2003.
Wild,
Rebeca. Libertad y límites. Amor y respeto. Herder, 2012.